Actividad organizada por la Asociación Juvenil Pi.
Navidad, el Día de Todos los Santos, Semana Santa… son muchas las fiestas que vivimos y nos invitan a compartir momentos y experiencias con las personas a las que apreciamos. Estos momentos marcan la diferencia en nuestra forma de vivir como sociedad y nos dan la oportunidad de agradecer a las personas que queremos en este viaje que llamamos vida. Fiestas que nos han acompañado siempre, permitiéndonos suspender el ritmo de la vida cotidiana y constituyendo nuestra identidad.
En Villanueva de Alcorón, valoramos todas estas fiestas y las que nuestros antepasados comenzaron hace generaciones. Por ello, hoy en día conservamos estas celebraciones en honor a los santos y patrones que protegen, desde hace siglos, a nuestros habitantes.
La Candelaria, El Cristo y San Antonio son los protectores a los que rendimos homenaje en estas líneas. Os invitamos a que conozcáis y celebréis con nosotros estos eventos que conmemoran toda una vida de tradición.
Nos encontramos a 28 de enero, las mujeres de nuestro pueblo comienzan los preparativos de esta primera fiesta, en honor a la Virgen de la Candelaria. A lo largo del año la capilla de la Sagrada Familia viaja por las casas de treinta mujeres del pueblo, entre las que se decide el lugar donde se preparará todo lo imprescindible.
Comienzan recogiendo entre todas el dinero e ingredientes necesarios para cocinar las tortas y rosquillas típicas de esta fiesta. Este mismo día, parten y desmotan las nueces para, a la mañana siguiente, empezar a hacer la torta.
29 de enero, se preparan las deliciosas tortas que todos esperamos. Nueces, miel, pan, ralladura de naranja, oleas y anisetes son algunos de los ingredientes que hacen de estas tortas un postre tan especial. Mientras reposa la torta durante dos días nos vamos al 1 de febrero donde empiezan a preparar el otro postre estrella: las rosquillas.
Llegamos al esperado 2 de febrero, el día de la Virgen de la Candelaria. Las mujeres salen de sus casas con las tortas sobre sus cabezas hasta la Iglesia del pueblo. Allí, se celebra una misa y el cura bendice los dulces. Además, cada mujer enciende una vela que también es bendecida. Saliendo de la Iglesia comienza la procesión, donde las solteras recorren las calles con las tortas sobre sus cabezas. Y, por fin, el momento que los más golosos esperamos: la venta de las tortas y las rosquillas. Un privilegio que solo los más rápidos pueden disfrutar.
El 13 de junio se celebra San Antonio, una fiesta preparada meses antes por los vecinos del pueblo, guiados por “el mayordomo”, un voluntario encargado de organizarla. Juntos visten con flores a la Iglesia del pueblo y disponen al santo para salir, después de la misa, en procesión.
Dejando atrás los actos religiosos nos espera en la plaza del pueblo un baile que se prolonga durante toda la tarde, únicamente interrumpido por el tradicional campeonato de pelota-mano en la pared de la Iglesia. Continúa el día construyendo un castillo de leña con un cuervo coronando desde lo alto. Bailando alrededor de este, disfrutamos de nuestro pueblo y su gente, para después quemarlo y que las cenizas sean testigo de todo lo vivido ese día.
14 de septiembre, los jaros se preparan para lo que es la última fiesta del año: El Cristo. Días antes se amasan toda clase de bollos como dormidos y magdalenas, cocinados a fuego lento en el horno del pueblo. Al igual que en San Antonio, se amanece con una misa, seguida de una procesión y un baile que se alarga hasta bien entrada la madrugada. Además, en esta ocasión, son las asociaciones del pueblo las encargadas de preparar las paellas y calderetas que ponen sabor a esta fiesta al ritmo de las clásicas charangas y pasacalles.
Sin importar la fecha, las fiestas son momentos únicos, tanto para los vecinos del pueblo como para aquellas personas que se animan a regresar a sus orígenes y compartir de nuevo anécdotas con aquellos que más añoramos.
Con el paso del tiempo estas celebraciones han sido testigo de los cambios que ha sufrido la sociedad y con ella, como parte de esa realidad, nuestras tradiciones se han visto afectadas. Está en nuestras manos mantener este legado y transmitirlo a las generaciones futuras. Así lograremos, no solo un pueblo, sino un Alto Tajo unido.
Artículo extraído de la Revista Abarca 3.